lunes 29, abril 2024
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Todos en México quieren hablar de Muñoz Ledo, fallecido ayer

Ciudad de México, 10 jul (Prensa Latina) El amplio espectro político de México abrió sus alas con envergadura de cóndor andino para hablar del más polémico de los exponentes partidistas, Porfirio Muñoz Ledo, fallecido ayer a 89 años de edad.

De izquierda a derecha, en un abarcador ámbito de tendencias ideológicas de un México polifacético, dominado por una izquierda que se fue desdibujando con el tiempo hasta llegar al conservadurismo más rendido al capital extranjero, los actuales protagonistas de la política vernácula hablan bien de Muñoz Ledo.

Es que este hombre, de verbo lacerante, fue omnipresente en los últimos 70 años en los que, casi desde niño, se introdujo como un órgano natural del cuerpo político mexicano y por su estrategia de atraer a su estrategia gente de todos los rincones.

Eso le atrajo apoyos y críticas de la misma intensidad, adiciones y deserciones, pero nunca dejó de ser un hombre del sistema por excelencia, desde el poder y la oposición, y figura central en la política nacional hasta que ya casi no podía tenerse en pie por propio esfuerzo.

Su obsesión por la política se mantuvo siempre fuerte, como su voz y sus gestos, y su lengua siempre inquieta, lista para la crítica o el elogio, provocadora o engrasada para el trazado de estrategias de unidad o descarrilamiento de esta cuando así lo consideraba, nunca descansó, ni en sus últimos días de pelea.

Tuvo la virtud de moverse siempre en el ámbito democrático en el país, se formó en el partido de Estado y quizás por ello navegó tantas veces en naves de distintas banderas, y como dicen lejanos y cercanos, con todas se reinventó y con todas rompió.

Su último protagonismo fue en la presidencia de la Cámara de Diputados en dos momentos históricos para la democracia mexicana: en 1997 como primer diputado de oposición que respondió un informe presidencial de Ernesto Zedillo, quien presidió a México ahogado en la miasma corrupta de Carlos Salinas de Gortari.

La otra con Andrés Manuel López Obrador en 2018 como miembro del partido Morena y fue quien le entregó su banda presidencial, hasta que abandonó de facto el movimiento, repitiendo así lo que fue un leitmotiv de su andar político de siempre.

Sin hacer oposición, enfiló sus cañones al gobernante, y fue un crítico difícil de encajonar si constructivo o destructivo.

Tuvo enormes encontronazos donde dirigió, casi todos de estos por su gran frustración de no ser elegido nunca candidato a la presidencia de la República.

De esa manera, salió disparado como bola de cañón del Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que trató de democratizar cuando su deriva se inclinó a la derecha en los años 80; y ya Acción Nacional le daba mordidas de tiburón para comérselo como finalmente está sucediendo.

En su seno conformó la llamada Corriente Democrática, semilla de otros partidos como el Auténtico de la Revolución con la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, en 1988, luego Frente Democrático Nacional, y más tarde Partido de la Revolución Democrática (PRD), el cual abandonó también por severas discrepancias.

En lo personal, fue un hombre muy culto y se destacó por ser un lector compulsivo, excelente orador y polemista, tribuno por excelencia, bailarín de pasodobles y otros ritmos, como casi todos los mexicanos.

Se autocalificaba de bebedor gastronómico, y fue aplaudido y abucheado con igual intensidad, pero tiene un lugar en la galería de personajes protagonistas en la transición democrática de México.

Nació en la Ciudad de México el 23 de julio de 1933, fue hijo de dos profesores de educación básica: Ana Lazo de la Vega Marín y Porfirio Muñoz Ledo Castillo, de quienes recibió las primeras luces de su formación intelectual.

Fue parte de la llamada generación Medio Siglo, considerada una de las más brillantes de esa casa de estudios, y que estuvo conformada por personajes como Arturo González Cosío, Víctor Flores Olea, Javier Wimer y Carlos Monsiváis, y profesores de la talla de Mario de la Cueva y Jaime Torres Bodet.

Su último deseo fue ser embajador de México en Cuba -pues admiraba a la Revolución del Comandante en Jefe Fidel Castro-, bajo el Gobierno de López Obrador, y lo pidió personalmente cuando ya estaba con su salud bastante deteriorada.

Hoy aparecen decenas de comentarios en todos los medios de comunicación del país de dirigentes políticos, sindicales, de gremios, intelectuales, analistas, en los que destacan sus virtudes y defectos, pero todos enaltecen su figura.

El presidente López Obrador, con el cual tuvo discrepancias después de apoyarlo, volvió hoy en su comparencia diaria a referirse a él como un político imprescindible.

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