martes 30, abril 2024
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Floranada o el poder de la lentitud. Ecos de una exposición

De la muestra de arte Floranada* del colombiano Jairo Rueda se podría decir lo que escribió Stendhal de la buena música, “que no se equivoca, ya que va todo recto al fondo del alma en busca de las inquietudes que nos corroen”. Rueda es el creador de Timoteo, aquel vagabundo de una historieta famosa en América latina en las últimas décadas del siglo pasado. La buena noticia es que el espíritu de Timoteo sigue vivo y que ahora se encarna en medio centenar de obras que su progenitor tituló Floranada: un bosque lleno de sirenas que nos invitan a aspirar a la lentitud y al silencio: dos de las principales necesidades del alma socavadas por la aceleración y el ruido de la vida moderna.

Lo que se ha dado en llamar modernidad es el momento histórico en el que prima la idea de cambio e innovación. La tradición del cambio, escribió Octavio Paz. Para Jairo Rueda tenemos que recuperar la tradición de la lentitud. El nivel de rapidez con el que las cosas (la información) y las personas se mueven ha llegado a su paroxismo. Esta inédita situación ha vuelto normal el acoso del vértigo, la deshumanización y la incomprensión del mundo circundante. No sabemos lo que nos pasa, eso es lo que pasa, escribía, en 1920, Ortega y Gasset.

El arte es una muleta que nos ayuda a caminar y a entender lo que pasa. El artista es una suerte de sismógrafo que siente las pulsaciones del momento y nos las señala. En este sentido la muestra Floranada, con su elogio de la lentitud, propone una salida en clave estética a nuestra época, que tal un carro sin frenos, resbala por una montaña rusa sin destino final.

Una obra se vuelve arte cuando crea silencio, cuando nos proporciona una educación estética y nos lleva por los ríos profundos por los que navega el artista. Todo lo anterior, sin necesidad de eruditas prótesis nos lo ofrece Jairo Rueda con Floranada. En esta exposición, el inconsciente del artista y el del que contempla dialogan y viajan juntos. Es un viaje en lentitud.

Todos los que hemos salido de nuestros pueblos para buscarnos la vida, hemos compartido una banca con un vagabundo, ése buscavidas es Timoteo. Es Charlot en las películas que interpreta Chaplin. Es también la figura del flaneur que popularizó el poeta Baudelaire. Es en esas bancas, frecuentadas por los vagabundos, que muchos nos hemos preguntado por qué diablos corremos tanto, qué estamos haciendo en este mundo y otras preguntas que aparecen al amparo de la soledad. Es en el alejamiento de lo familiar, al tener un espacio mental y espacial propio, que se crea un terreno incierto que se llama libertad. Cuenta Walter Benjamin que, a principios del siglo XX, en París, apareció la moda de salir a pasear sin prisas, a ritmo de tortuga ¡con una tortuga de verdad!

El flaneur es el pasante sin obligaciones, sin rumbo, sin citas que cumplir y que se toma el tiempo para contemplar un detalle extraordinario que aquel que camina ocupado no percibe. Pues a veces se vive ocupado, ocupado como un país ocupado por una potencia extranjera. En esa situación el alma padece de asfixia, de estreñimiento mental, y vive en la cerrazón del miedo y la desconfianza. Timoteo es un flaneur, que usa con placer y sin culpabilidad el ocio, desdeñando el omnipresente neg-ocio. Timoteo es una postura ética y estética frente a la Colombia azotada por los numerosos Escobar, los múltiples grupos de guerrilla y paramilitares. Ante la tragedia, Timoteo antepone la lentitud, sin ella no es posible el dialogo.

Jairo Rueda un “bricoleur” del siglo XXI 

Floranada está conectada con la pintura matérica, el informalismo, el espacialismo (Dubuffet, Tàpies, Pollok, Burri, Fontana, Rothko). La obra de Rueda es una pintura abstracta en la que el pincel se acompaña de diversas materias provenientes de la naturaleza, de desechos y de reciclaje, pero el espectador intuye que el artista ha compuesto las obras en un proceso de “bricolage” y de recogimiento espiritual. No estamos frente a un arte artificial o de lo que llamaba Dubuffet “arte esperanto”, una copia intelectual de obras que transitan por los museos del mundo entero. Floranada tampoco es arte bruto. En Floranada hay un gran dominio de la técnica al servicio del conocimiento y sobre todo de la busca de lo desconocido. No es fortuito que una de las citas preferidas de Rueda sea el epitafio grabado en la tumba de uno de sus maestros, Wolf Vostell: “Lo que no conocéis cambiará vuestra vida. En Floranada, hay infinitas cosas que Rueda no conocía y estos hallazgos pueden cambiar nuestras vidas.

“Contrariamente al trabajo industrial, que es una operación en sentido único, donde el hombre –solo él, siendo activo – modela una materia inerte, y le impone soberanamente las formas que le convienen, en el bricolage se opera una colaboración entra la materia y el artista, escribe el antropólogo Claude Levi-Strauss. De modo que el objeto final es el producto de la negociación entre el artista y la materia. El objeto final tiene un aura, es único, original e inspira respeto, ya que fue concebido en una suerte de ritual, tras medir, ensayar soluciones, tantear, trazar o cortar poco a poco, y todo lo anterior hecho con el mayor respeto hacia la materia. En este sentido el artista Jairo Rueda es un gran bricoleur.

Floranada, catedral del siglo XXI

Si ponemos en arquitectura vertical las obras de Floranada veremos una catedral. Víctor Hugo sitúa el fin de la era de las catedrales con Gutenberg. El libro mató las catedrales, escribe Hugo. Se dejaron de construir estos edificios, que reunían todo el contenido cultural que una sociedad necesita para entenderse, porque ya no eran necesarios. Una catedral es una cosmovisión. En el Renacimiento, los libros van a remplazar estas biblias de piedra. Floranada es una catedral del siglo XXI. Es una catedral manifiesto. Aunque no se conozcan, el floranadaismo ya cuenta con millones de correligionarios. No son mayoría todavía. Son los que huyen del ruido del consumo, los que ponen el oído tratando de captar el sonido del silencio que llega de otras galaxias, de la tierra que pisamos o la música que está en el corazón. Floranada nos es familiar porque ya existía. Jairo Rueda no la inventó, sino que la nombró. De la misma manera que el principio de Arquímedes existía antes de que lo nombrará Arquímedes, o el teorema de Pitágoras antes de que existiera una escuela pitagórica. Con Floranada pasa igual. Jairo Rueda le dio el nombre a este nuevo mundo, pos final del mundo, y al mismo tiempo nostalgia del primer día de la creación.

Floranada, piel del mundo.

El destino del viaje al que nos lleva Floranada es hacia nosotros mismos. Floranada es la piel del mundo animal, vegetal, mineral. Es entonces nuestra piel. «la piel es lo más profundo que tenemos» escribió el poeta Paul Valery. Frente a las obras de Floranada, entendemos mejor la idea de Valery. En cada una de ellas está lo que fuimos (en vidas anteriores, hace millones de años, organismos acuáticos, vegetales, animales). También lo que somos hoy (biología y psicología). En Floranada no hay pisca de sociología, no hay nada coyuntural. Todo es física, química, biología, vida. No sé convoca ninguna identidad, ni profesional, ni nacional, ni de género. Muchísimo antes de que apareciera la palabra somatizar, los médicos chinos ya leían nuestras patologías escrutado el iris, la lengua, la piel.

Tras visitar Floranada, seguimos tarareando su música. Conservemos su melodía y hagamos, cada vez que podamos, una pausa para apreciar la belleza de las cosas insignificantes, para cuidar todo lo que vive, sentir curiosidad hacia lo desconocido y empatía hacia los desconocidos, es decir una suspensión del tiempo para encantar el pálido mundo urbano en el que vivimos.

Quedamos en deuda con Jairo Rueda, que, en compañía de Timoteo, su álter ego, nos ofrece Floranada, la piel de la vida. Ojalá la exposición viaje por el mundo y cada uno pueda contemplarla, pueda entrar en la respiración desinteresada del vagabundo Timoteo, fundirse a la belleza del mundo como si estuviéramos en el séptimo día de la creación.

*Floranada, en Estudio 74, Bogotá, Colombia. Agosto 10 a septiembre 17.

(*) Enrique Uribe Carreño es profesor en la Universidad de Estrasburgo, Francia.

 

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