viernes 3, mayo 2024
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El silencio

Por lo general los países latinoamericanos creen que los conflictos regionales que se desarrollan en otras partes del planeta no les afectarán, aunque derivaran por la intromisión de las potencias en ellos en conflagraciones de mayor calado. Y por ello se abstienen de realizar declaraciones a favor o en contra de cada uno de los bandos en conflicto, sobre todo si a uno de ellos le apoya, directa o indirectamente, el imperio norteamericano.

Se olvidan que en el mundo actual, donde la tecnología penetró la industria armamentística hace ya decenios,  existen armamentos capaces de sobrevolar los océanos y destruir países enteros, o submarinos portadores de ojivas nucleares escondidos en nuestros mares, capaces también de causar desde la cercanía daños inconmensurables.

De una manera tímida, con excepción de Bolivia, que se caracteriza por ser coherente con los principios que rigen su gobierno plurinacional, algunos países latinoamericanos se han atrevido a dar algunos pasos diplomáticos frente a la barbarie israelí en contra de la población civil palestina.

Mientras tanto, en un país pequeñito que se ubica en una pequeña región del continente, y que siempre ha estado del lado del imperio, pues no le queda de otra, se ha producido un silencio, que lo convierte en corresponsable de las afrentas que se están cometiendo contra el derecho internacional humanitario, al masacrar a la población civil de la franja de Gaza, como consecuencia del acto calificado de terrorista que realizó el grupo armado Hamás.

Este silencio puede ser un silencio cómplice o un silencio cobarde, pero en cualquiera de los dos casos no se justifica cuando están de por medio las vidas de miles de civiles inocentes. Sin embargo, esa ha sido la pausa ante otros conflictos, como Irak, Afganistán, Yugoslavia, Libia, y muchos más.  La complicidad o la cobardía, todos frutos del temor, al final pasan la factura, y el menor de los cobros es el del desprestigio por no haberse alineado del lado de la justicia y la paz.

(*) Alfonso J.Palacios Echeverría

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