La promesa de la tierra prometida es uno de los refranes más frecuentes en la construcción de los diferentes mitos que han aparecido en la faz de la tierra. Por supuesto, entre los mitos conocidos, se destaca el de los hebreos, forjado durante el periodo de esclavitud en Egipto. A tal punto que la marcha del pueblo hebreo, camino a la emancipación, se ha vuelto el mito por antonomasia de la búsqueda de la tierra prometida.
El filósofo argentino Enrique Dussel (1934-2023), quien acaba de morir, nos explica que son los mitos de los pueblos con grandes ejércitos los que han logrado un estatuto universal. Lo universal entonces sería un localismo que ha tenido éxito. Lo anterior es válido tanto para las grandes civilizaciones de la Antigüedad como para los mitos modernos. La idea de progreso y el capitalismo son dos buenos ejemplos. En la coyuntura actual vale la pena interrogar el mensaje del antiguo testamento a la luz de la tragedia de los palestinos e israelíes.
Moisés, el rebelde
Para el filósofo Jacob Gogozinski uno de los mensajes principales del judaísmo es el combate por la justicia y en este combate se destaca Moisés. En el libro Moisés, el rebelde (2022), el filósofo de la universidad de Estrasburgo nos explica por qué es imprescindible que hoy recordemos a este profeta. La misión de Moisés fue conducir a su pueblo, que se encontraba esclavo en Egipto, hacia la emancipación, hacia la tierra prometida. Un pueblo emancipado es un pueblo que no adora becerros de oro, que es soberano y, sobre todo, que es libre. Ser libre es vivir en seguridad, sin miedo de ser atacado por un país extranjero o un connacional.
Moisés vivió en una época atravesada por grandes crisis. Quizás no muy diferente a lo que vivimos hoy día, en donde gobernantes populistas predican el odio y usan las mismas armas retoricas usadas en épocas remotas (el chivo expiatorio, el racismo).
Las dos alianzas
Uno de los puntos clave de la modernidad de Moisés, según Jacob Gogozinski, es el tipo de alianza que Dios hace con este profeta. La primera alianza (la de Abraham et Isaac), al ser los hebreos el pueblo elegido por Dios, la tierra prometida les pertenece. “Es una alianza heredada a través del semen, de la sangre”, escribe Jacob Gogozinski.
Mientras que la alianza que hace Dios con Moisés en el Sinaí es una alianza a través del espíritu, abierta a todos, hebreos y extranjeros (Deuteronomio 29, 9-15, Levítico, 19:18, Salmos 146:9). Pero su cumplimiento está condicionado a la obediencia de los mandamientos. Se trata entonces de una Alianza universal, ya que no se limita a una tribu particular.
Según los textos citados, la tierra prometida es toda la tierra y ha sido prometida a todos los que la habitan, hombres, mujeres y animales. De manera que la tierra prometida no conlleva una noción espacial, sino de transformación personal e histórica. Si el pueblo observa los mandamientos, esté donde esté, conquistará la libertad, ahí estará la tierra prometida.
La responsabilidad de los gobernantes.
A parte de las exhortaciones a la hospitalidad y a la justicia como guía suprema, Moisés consigna también los preceptos mínimos que el gobernante debe observar (Deuteronomio 17, 14-24). El profeta señala que el gobernante no debe caer en la arrogancia, ni enriquecerse, ni tener muchas mujeres (alianzas con otras tribus, símbolo del poder político), ni tener demasiados caballos (símbolo del poder económico). Ni aumentar su potencia militar hasta creerse invulnerable. El gobernante debe dar ejemplo, respetando a rajatabla los mandamientos. Y, por último, defender sobremanera todo lo que vive (Deuteronomio 30, 19). A menudo, los comentaristas de la actualidad israelí señalan el peso creciente de los religiosos en el gobierno. Es inexplicable e inaceptable que estos sectores religiosos no alerten a Benjamín Netanyahu sobre su obstinación en el error fatal en el que se encuentra y que, desde 1996, afecta mortíferamente la vida de su país. Inaceptables igualmente los métodos de agrupaciones como Hamás que han vuelto el asesinato de civiles una táctica de guerra.
La venganza como política de Estado.
Conviene recordar aquí la alegoría del mal escrita por Herman Melville en su obra cumbre Moby Dick, nombre de la ballena que le ha arrancado una pierna al capitán Ahab, el cual va dedicar cuarenta años de su vida a cobrar venganza. Dicha obsesión conducirá al ballenero Pequod y a sus tripulantes al fondo del océano. En este libro estamos ante la narración de un delirio colectivo desencadenado por la locura de una persona. La conducción del barco se ha comparado desde hace mucho tiempo con el arte de gobernar naciones.
Es útil recordar que el pueblo judío ha sido soberano tres veces en su larga historia. Hace 3000 años por un periodo de 75 años, luego, mil años después, por 77 años. Las dos primeras veces Israel ha desaparecido debido al mal gobierno y a las guerras civiles. La tercera soberanía, la de hoy, nace tras el genocidio de 6 millones de judíos durante la segunda guerra mundial y cuenta 75 años. Occidente trató de reparar lo irreparable (el holocausto) cometiendo una injusticia (desplazamiento del pueblo palestino). El problema de Israel hoy no es su debilidad, sino el exceso de fuerza. Lo que le lleva a olvidar las lecciones del pasado. Todas las victorias militares son efímeras, nos dice la gran lección de la Ilíada.
La seguridad de Israel no puede llegar por la vía de las armas, lo acaecido en las últimas siete décadas lo demuestra. La seguridad de Israel llegará solo de la mano de la seguridad de los palestinos y su soberanía.
En 2018, en un discurso ante el Parlamento Europeo, el presidente colombiano Juan Manuel Santos sintetizó en pocas palabras el deber del gobernante en los términos siguientes: un jefe de estado no es responsable de los muertos del pasado. Cobrar venganza nunca debe ser su brújula, su misión es llevar el barco a buen puerto. Todo jefe de Estado es responsabilidad de los muertos del presente y del futuro. Esta lección también la dejó Nelson Mandela.
La promesa de la tierra prometida ha sido hecha a toda la humanidad
En la rica tradición judía hay un concepto que tiene un aura universal, el Tikoun olam, o reparación del mundo. La idea es que, al morir, cada judío debe dejar el planeta en mejor estado del que lo encontró al nacer. El Tikoum olam es un antídoto al cinismo y al egoísmo. Este concepto nos recuerda también que la tierra prometida fue prometida a todos, todos debemos cuidarla, aportar nuestro grano de arena con la esperanza de que un día todos viviremos con la aspiración, como decían los guaraníes, de habitar una tierra sin mal.
(*) Enrique Uribe Carreño es profesor de la Universidad de Estrasburgo
Gran artículo. Gracias.
Muy equilibrado y enriquecedor. Excelente!.
Muy bonito el artículo, pero no señaló claramente los responsables del conflicto en el cercano oriente: los intereses geopolíticos de Reino Unido y Estados Unidos.