domingo 28, abril 2024
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Los Adultocéntricos

Vamos a traer a la luz y hablar de temas difíciles, de problemáticas sociales profundas, muy arraigadas y condicionantes, de esas que no se mencionan en las tardes de café, ya que como sociedad las hemos normalizado y aceptado, pero en el fondo no son correctas, nos afectan y nombrarlas es el primer paso para poder mejorarlas.

Vivimos en una sociedad que le otorga poder a las personas según su edad. Hay un respeto tácito que se espera y se debe, casi obligatoriamente, de entregar a quienes tienen más años que nosotros, independientemente de si se lo merecen o no.

«Mas sabe el diablo por viejo, que por diablo» menciona el dicho popular, donde se relaciona la edad como sinónimo del tener conocimiento y el contar con sabiduría. Hecho que no es totalmente cierto, en la realidad hay gente más longeva que simplemente nunca quiso aprender. Todos conocemos a personas mayores que nosotros que viven enfrascados en patrones que les ahogan y no saben o no quieren escapar de estos. En fin, entonces difiero y afirmo, para mí la edad cumplida no necesariamente representa conciencia ni comprensión.

Estoy segura de que a todos nos ha pasado, donde en diversas oportunidades ciertas personas de mayor edad impusieron ese respeto socialmente asignado ante nosotros, se lo auto-otorgaron y en algunos casos otros terceros se lo validaron, solo por el hecho de haber vivido más tiempo en el planeta que uno. Se burlaron de nuestras ideas y opiniones, basados principalmente en la justificación de que uno era menor que ellos, como si el tener más heridas en el corazón y más arrugas en la piel fueran sinónimo de estar en lo correcto.

Como si uno como niño/joven no tuviera derecho a equivocarse, a aprender, a ser infantil e inmaduro como parte natural del crecimiento humano, a disfrutar de la infancia, a encontrarse y crearse como persona. El hecho de estar “creciendo/aprendiendo/en proceso de” les invalida su perspectiva en comparación con la de alguien mayor. Para algunos resulta simplemente indignante el tener que aceptar que alguien menor que ellos pueda tener razón.

Lo peor es que ese ejercicio del poder también se puede relacionar con el hecho de tener heridas abiertas y/o traumas personales y de la infancia sin resolver. Ejemplo, tal vez me desquito con mis niños porque recuerdo mi infancia con dolor, y así las cadenas de agresión se continúan y se siguen perpetuando.

Estamos acostumbrados a meterle la madurez y lo que es correcto de forma abrupta y en muchos casos a golpes a los infantes y jóvenes, sin darnos cuenta de que ese «bien que les estamos haciendo» viene de la mano con heridas y problemas psicológicos para quienes le padecen.

Se impone tanto respeto a la autoridad que se generan dudas y traumas, hasta inclusive del propio valor personal. ¿Sera que tan mal estoy o tan mala persona soy y por eso me pasa lo que me pasa?, se empiezan a cuestionar y a culpar los menores a temprana edad.

Recordemos que los padres son los principales adultos frente a los niños, y que generalmente cuando estos pierden la paciencia o se quedan sin argumentos, empiezan a justificar todo porque si o porque yo digo, dejando a las personas menores sin poder comprender y racionalizar.

Y qué tal si esa relación social que hemos creado y normalizado es la que da pie a problemáticas más serias como la pedofilia, tal vez esa sumisión y toma de poder se torna en un motivo de éxtasis y excitación para algunas personas, ya que esta si es una verdadera y absoluta posición de control y dominio total.

Pongámonos también del lado de los adultos, es difícil la adultez, es el contar con un conjunto significativo de responsabilidades por cumplir, mientras uno siente que cada día tiene menos fuerza y menos energía que antes, donde el tiempo pasa muy rápido, sumado al hecho de tratar de aprehender la realidad de que uno tarde o temprano va a dejar de existir. No es fácil para ellos, ni para nadie.

Igualmente, recalco que tampoco estoy de acuerdo en darles toda la autoridad/potestad a los niños, donde se hace solo lo que ellos quieren y toda su voluntad. Ningún extremo es bueno, eso solo promueve que las personas crean que el mundo está en deuda con ellos y que todo se lo merecen solo por el hecho de existir. Eso les extingue y les apaga las ganas de luchar, convirtiéndolos en adultos inútiles y problemáticos.

A modo de conclusión, primeramente, respetemos a todos, no solo a los mayores. Recordemos que todos somos personas con derechos independientemente de nuestra edad. No utilicemos la crueldad como mecanismo para reforzar valores y ultimadamente, trabajemos en nosotros mismos para tener una vida más feliz y sana, donde no tengamos que recurrir al ejercicio implícito de nuestro poder sobre los demás para reafirmar nuestra valía personal.

(*) Sofia Blanco Canet, Mercadóloga y Socióloga

sofi_bc02@hotmail.com

 

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