sábado 27, abril 2024
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“Los lectores nos le estamos muriendo a los libreros”

Con esta frase comencé una conversación con un antiguo librero, conocido mío desde muchas décadas atrás. Todo empezó con una visita mía a una librería que fue por muchos años mi lugar predilecto, sitio obligado de paso en cada visita a San José, ese lindo pueblón metido a Ciudad. Su ánimo abatido me hizo pensar en malas nuevas, la boyante librería no mostraba signos vitales. En realidad no iba por un libro en especial, había entrado a comprar un repuesto de un amado bolígrafo alemán (los alemanes son en la escritura como los suizos en relojería) que únicamente ahí venden y aunque soy muy de pluma fuente, nada como los bolígrafos para notas breves, le dije a la dependienta que ya regresaba, que iba a ojear los anaqueles de libros. Caminé una hora entre estantes vacíos de libros prematuramente envejecidos, cubiertos por plástico de forrar cuadernos a fin de evitar un mayor deterioro.

Realmente nunca hubiera imaginado ese deterioro, no porque no suceda sino porque pocas veces se da; acostumbrado a deambular en los pasillos de las bibliotecas y de las librerías, entre ese inmenso cúmulo de ideas, entre tanta tinta que habla a través de los ojos, entre gente tan diferente y lejana que me dejaba ser yo mismo, otorgándome una libertad irrestricta: el universo abierto a los virajes de mi espíritu. ¿Qué más puede pedir un hombre en un otoño literario? Pues nada.

El librero me había estado persiguiendo con los ojillos guarnecidos tras unos gruesos lentes, cuando me senté en una banqueta pequeña a ojear y hojear un rato, un volumen de Miguel de Unamuno: Niebla, aunque en una edición de pobre estampa, pero el solo saber que tenía ciento diez años de esperarme, me erizó el pelo.

-¿Encontró lo que buscaba? Me gritó más que decir.

-Realmente y tuve este hallazgo fortuito, me estaba esperando desde hace más de un siglo…

-Unamuno. Dijo con aquella vocecita aguda de púber, pese a haber dejado esa edad más de medio siglo atrás.

Tocó el forro del libro.

-Ábralo, así puede decidir mejor.

Mientras lo abría sentí que estaba mordiendo el cebo, estaba empujándome a una compra, sabía lo vicioso que soy en asuntos de libros. Bueno todos los y las libreras que me conocen se aprovechan de mi debilidad y es que ante un libro me siento como si la voluntad no fuera más que una palabra sin sentido: siempre fue así.

-Lo he extrañado mucho, a usted y a otros clientes. Chilló.

-Es que los lectores nos le estamos muriendo a los libreros. Dije con “Niebla” en mi mano rumbo a la caja. Una vez más había caído en pecado.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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