martes 30, abril 2024
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Los paradigmas de desarrollo deben ser otros

No cabe duda de que cambiamos la guerra fría por una guerra caliente; con la excusa de la libertad se han hecho guerras por doquier en estos últimos veintitantos años. A veces creo en la frase clisé de algunos progres: » los ricos de tanto pensar en su riqueza se vuelven tontos» los poderosos de la tierra creen que estamos como en un vídeo juego, donde morimos y volvemos a existir en la siguiente pantalla y así hasta la saciedad.

Si el capitalismo llevaba dos siglos, para qué globalizarlo y encima crear una especie de «clase laboral minimalista», creando paralelamente un mundo de desocupación. Todos tenemos que vivir, eso es claro desde la más mínima luz de la razón, y la gente expulsada del mercado laboral corre el riesgo de caer en la tentación del narcotráfico y actividades conexas para sobrevivir. Yo sí creo, porque lo he observado, que la pobreza extrema es un nicho de formación delincuencial. Uno podría preguntarle a un multimillonario que cuánto es suficiente, de seguro no obtendríamos respuesta porque nunca he encontrado un rico muy rico a quien le sobre el dinero y diga ya basta. El monje que inventó los siete pecados capitales tomó en consideración la «avaricia», porque esta jamás se sacia, cada vez estará peor y el avaro querrá cada vez más y más, sin importarle que la concentración de la riqueza produce pobreza: simple corolario que quedó olvidado después de la secularización del neoliberalismo con el advenimiento de las teorías de Milton Friedman y los Chicago boys a principios de la década de los ochenta, gracias a la ayuda generosa de Margaret Tatcher y Ronald Reagan.

Gracias al empobrecimiento de las mayorías y del daño catastrófico al medio ambiente, el FMI comienza a decir lo que muchos pensábamos hace más de una década sin ser progresistas: no era necesario despedazar las grandes y eficientes instituciones de bien común, ni despedir a miles de trabajadores para recontratar mano de obra barata. «Lo barato sale caro»: un empleado mal pagado es usualmente un mal empleado; «todo con medida» decían los griegos, y es verdad.

No quiero alejarme de la geografía nuestra, basta ver las enormes filas de usuarios de la Seguridad Social, para ver que era más barato «repensar» el modelo atencional que dejar que se deteriorase y reconstruirlo (quizá peor). En este simple ejemplo se conjugan la voracidad neoliberal y el pésimo desempeño de nuestros políticos criollos, que son al fin de cuentas simples «yes man» de las instituciones prestatarias internacionales.

Era más barato, en términos de capital humano, aumentar la planilla técnica que alargar las listas de espera, porque cada persona muerta o inválida la pagamos todos: la ausencia del jefe del hogar trae aparejada pobreza para los miembros de la familia, la discapacidad por el retraso de atención la pagamos todos con impuestos.

La salud es una inversión social enorme y como dice el confucionismo: es más barato prevenir que curar. Otorgamos mano libre a algunos pésimos administradores, quienes se encargaron de administrar muy mal, no solamente mal sino muy mal.

Dejando el tema salud, algunos pésimos gobernantes se encargaron de acabar con la humilde pero importante red ferroviaria, dando paso a la creación de enormes flotas de camiones contaminantes, que destruyeron la red vial e incrementaron la contaminación ambiental, cuando era posible haberla mejorado desde ese entonces y hoy tendríamos una red de trenes eléctricos excelentes, con una disminución notable de la factura petrolera.

Hemos abandonado el sector agropecuario por la quimera de que es más barato importar que producir y veamos hasta dónde hemos llegado, hemos concentrado el ochenta por ciento de la construcción habitacional en la Gran Área Metropolitana, con el consecuente daño a los ríos y la contaminación de los acuíferos: las mejores tierras de labranza se llenaron de viviendas.

Se llenó el país de universidades sin pensar en la desocupación masiva de esos profesionales, el deterioro de la calidad de la educación y la informalidad laboral en que estábamos cayendo. La lista sería enorme, por ahora debe bastarnos con entender que tenemos que retomar las ideas buenas de la socialdemocracia y las buenas (porque las hay) del capitalismo, y comenzar a repensar el tipo de Estado que queremos para nuestros nietos.

Estamos a tiempo de reconstruir nuestra economía y nuestra democracia, pero eso solamente se conseguiría educando a la población para que sepa elegir con certeza, hacer programas para docentes con el fin de trasmitir a los educandos, la realidad de las profesiones.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es médico

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