domingo 28, abril 2024
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El miedo de ser finito

Nos ocurre con frecuencia que tengamos una serie de dudas y corazonadas de duda: ser finito o ser infinito. Con certidumbre nadie sabe cuándo nació en la cultura, la idea de tener un alma. Hasta hace muy poco se creía (René Descartes) que el alma y el pensamiento estaba en el corazón, sabemos mucho en los últimos tres decenios, con el advenimiento de la Resonancia Magnética y de los TAC (simple y helicoidal), con las endo y laparoscopia se ha logrado ver por dentro el cuerpo (no todo aún), pero treinta años en cientos de miles de años es nada.

¿Termina todo con la muerte? ¿Hay un ser todopoderoso que todo lo ha creado y todo lo controla? ¿Existe el alma? ¿Es una invención buscando ser inmortales? ¿Nos lleva ese pánico a desaparecer al morir a creer en una vida eterna? Muchísimos años he reflexionado sobre estos asuntos, tratando de ser absolutamente imparcial, como si yo no estuviera involucrado en el asunto.

Ver la muerte de cerca, inicialmente pacientes y luego parientes y después saber que por lógica analítica estamos cerca. Nunca me acostumbré a ver morir a los pacientes, observaba meticulosamente los últimos momentos de vida en el moribundo, con cierta frialdad científica; parecía que se gestaba una lucha entre aceptar la derrota y repelerla: lo único que conseguían quienes hacían esto último, era prolongar la agonía, mientras quienes aceptaban el paso era más simple. Uno lleva por dentro muchos muertos, algunos dejan más huella que otros, decidí escribir este artículo recordando una paciente muy querida, una jovencita estudiante de primer año de medicina, portadora de un tumor óseo “benigno” (sin grado de malignidad celular) que por poco me la arranca de las manos durante una biopsia, sangró tanto que hubo que ligarle una serie de arterias, para evitar que ese tumor sangrara más.

El día siguiente, la paciente X, me dijo tomándome la mano: “doctor, yo no me quiero morir, no quiero desaparecer, porque yo no creo en nada, pero tengo miedo a dejar el mundo tan pronto”.

Me tomé mi tiempo para responder, ella era estudiante de medicina y comprendía perfectamente lo que estaba sucediendo. Le afirmé que no se iba a morir, que todo estaría bien.

Hablé con quien era mi jefe en ese entonces, le solicité que tramitáramos con las jefaturas de la institución, para enviarla a Miami con Enneking, a la postre el mejor especialista en tumores óseos (un tema que me apasionaba y aún ahora me apasiona. En ese centro especializado, tenían el equipo para sacar la “mitad derecha” de la pelvis y colocar un injerto de cadáver, nosotros no lo teníamos. La negativa de ese jefe fue absoluta: no. De ahí me nació el deseo de irme de esa institución, no estaba hecha para mi personalidad. Por razones poco claras hasta hoy, en mi ausencia fue trasladada a otro hospital, ahí la operó un excelente especialista, de él aprendí mucho. Murió en media operación.

Cuando me enteré sentí de todo, furia, dolor, lástima. Fue una de las primeras veces que me planteé la duda absoluta acerca de la existencia del alma y de otra vida. Yo había sido educado creyente, pero uno va perdiendo esa certidumbre y adopta una actitud más agnóstica ante los hechos diarios de la profesión.

Después de ahí mi vida ha sido de altibajos acerca de la fe en un más allá, me he cuestionado si la fe no es una treta de nuestra mente racional, para hacer menos duro ese desaparecer para siempre. Y es que “para siempre es para siempre”, no es de otro modo.

Me di por vencido, la existencia o no de alma y vida eterna es indemostrable, así de sencillo, no podemos hacer nada.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es médico

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