domingo 28, abril 2024
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Ultraderechista Milei pone en jaque los consensos democráticos de Argentina

Buenos Aires, 13 sep (Sputnik).- No hay pauta, dogma, paradigma o política de Estado que no esté bajo discusión pública hoy en Argentina desde que los puso en solfa el candidato a la presidencia Javier Milei, cuyo partido, La Libertad Avanza (ultraderecha), parte con ventaja para las elecciones generales del 22 de octubre.

La batalla ideológica que ha emprendido este economista parece avizorar una derrota tan hiriente como simbólica, en este 2023 que justo celebra su 40º aniversario: la de la propia democracia, aquella con la que «no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura», según proclamó en su discurso de asunción el primer presidente elegido por el voto popular tras la última dictadura (1976-1983), Raúl Alfonsín (1983-1989).

Con sus diferentes rostros a lo largo de este tiempo, la izquierda o los movimientos progresistas han sido incapaces de revalorizar el Estado de derecho, las garantías civiles y los derechos políticos. La degradación de las condiciones de vida ha sido paulatina pero inexorable, con una pobreza que ronda el 40 por ciento y una inflación ascendente que en el último año supera los tres dígitos.

«Hay una separación cada vez mayor entre representantes políticos progresistas y la sociedad a la que representan, ante la dificultad para comprender y transformar problemas de diagnóstico y práctica política de los propios progresismos», sostiene en una entrevista con la Agencia Sputnik el doctor en Ciencias Sociales Daniel Feierstein, profesor universitario e investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Con el comienzo del siglo XXI, gran parte de la izquierda se diluyó en el kirchnerismo, cuyas respuestas dejaron de ser satisfactorias a la luz del viraje que dio la sociedad cuando se volcó hacia Mauricio Macri (2015-2019). El expresidente conservador malgastó su crédito político y la última oportunidad la tuvo el actual mandatario peronista, Alberto Fernández, con la exmandataria como vicepresidenta.

Progresismo conservador

Este escenario plantea una batalla cultural latente desde hace más de una década que aprovecha los vacíos o contradicciones de los planteos progresistas, como «su carácter actualmente conservador, la minimización del daño que produce el delito común y su romantización, las esencializaciones identitarias y las «políticas de minorías», la dificultad para comprender la importancia del esfuerzo y el mérito y su estigmatización bajo la referencia burlona a la meritocracia», enumera Feierstein.

«Instalar una cultura cancelatoria que plantea todas las respuestas por anticipado, hasta en los modos en que tenemos que hablar, ha sido un grave atentado al pensamiento crítico y le ha regalado ese carácter crítico a las nuevas derechas», sentencia el sociólogo.

Por otra parte, pese a que la movilización social ha sido determinante en la política argentina, la pérdida de autonomía de entidades sociales y políticas, sean sindicatos, movimientos de derechos humanos, organizaciones de desocupados o barriales, «ha quitado potencia a las formas de organización del campo popular, reduciéndolas muchas veces a líneas internas partidarias», asume el investigador.

Visto así, la izquierda se ha alejado de las grandes mayorías para contentarse con una política para minorías, mientras los movimientos progresistas mutan «en fábricas de corrección política, por la articulación de los progresismos con los consensos neoliberales surgidos a partir del fin de la Guerra Fría», afirma Feierstein.

Ni siquiera ha podido capitalizar el descontento general la expresión más izquierdista que ofrece el menú partidista, el Frente de Izquierda y de Trabajadores – Unidad (FIT-U). Este espacio se ve arrastrado por parte de los problemas que lastran al progresismo y que lo alienan de las grandes mayorías, «como la especialización identitaria, el apoyo a falsos igualitarismos y el desprecio o minimización de los efectos del delito común en barrios populares», incide el sociólogo.

«Por otra parte, creo que hay una alienación vinculada al lenguaje y planteos que se corresponden con realidades de principios o mediados del siglo XX y que no se han logrado actualizar a la estructura social, las formas subjetivas y los tipos de comunicación del siglo XXI, lo que dificulta la interpelación y la capacidad de escucha a sus propias propuestas», completa.

Paso libre

Ante un progresismo cada vez más anquilosado, Milei se ha apropiado del discurso del cambio y el futuro. No hay propuesta incendiaria que le esmerile apoyos. Ni su plan «motosierra» (reducir al Estado a su mínima expresión), ni su renuncia a la soberanía monetaria (con su proyecto de dolarización), ni siquiera su propuesta de habilitar la compraventa libre de órganos, o su ambigüedad respecto a la mercantilización de niños. Marca la agenda informativa: apunta sobre cualquier asunto y recoge después las mieles, las reacciones escandalizadas a su discurso rupturista.

Visto que los progresismos apenas se han preocupado de mantener el orden vigente, «de plantear la continuidad (a lo sumo emparchada apenas) de los mismos modelos de opresión que han generado un crecimiento espectacular de la desigualdad en todo el mundo, la destrucción de los derechos de los más desfavorecidos y una movilidad social descendente, se vuelve casi lógico que la rebeldía o la voluntad de transformación terminan siendo apropiadas por las nuevas derechas radicales», ilustra Feierstein.

Con su decisión de equiparar a las víctimas del terrorismo de Estado de la dictadura con las de las organizaciones guerrilleras que actuaron en los años 70, la diputada y candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, ha puesto en jaque las políticas de memoria y justicia que fueron uno de los pilares de la democracia argentina y que han permitido que desde la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad en 2006 fueran condenados 1.159 genocidas.

La falta de crítica interna y las formas vacías de corrección política en el seno de las corrientes progresistas permitió la sedimentación de «visiones del pasado que no tuvieron el dinamismo para interpelar a nuevas generaciones y que, poniendo algunos temas debajo de la alfombra (el rol de la insurgencia armada y su crítica o la participación de parte del movimiento de derechos humanos) abrieron flancos para el avance de posturas negacionistas o incluso reivindicadoras de las visiones de los genocidas», incide Feierstein.

Con Milei como presidente, Argentina también puede cambiar de óptica respecto a su reclamo soberano sobre las australes Islas Malvinas, consagrado en la Constitución, ante la consideración de que los derechos de los isleños deben ser respetados, según sostuvo esta semana la economista Diana Mondino, que sería la eventual ministra de Relaciones Exteriores en su eventual Gobierno.

«Todo esto ha avanzado tanto como para poner en cuestión muchos de los consensos logrados a partir del fin de la dictadura (1976-1983), sean los límites en la confrontación política o el respeto a la vida del otro», concluye el sociólogo argentino.

Un nuevo consenso de época se está gestando, y Milei tiene un influjo creciente sobre esas páginas que Argentina está por trazar de su propio porvenir. (Sputnik)

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