lunes 29, abril 2024
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Sergio Massa, un equilibrista político que aspira a la Casa Rosada

Buenos Aires, 19 nov (Sputnik).- Con seis años ya quería ser presidente de Argentina, y así se lo transmitía a sus compañeros del colegio Agustiniano, en el municipio bonaerense de San Martín (este), donde se radicaron sus padres italianos. A los once, se subía a un balde e imitaba los discursos de los funcionarios que veía por televisión. Seis lustros después, Sergio Tomás Massa se ha mimetizado en esa ambición que intentó desalentar su abuelo paterno: «No te metas en la política, la política es porca (sucia)», le decía.

Este arquetipo de político avezado, consciente de sí mismo y de su entorno, ha tenido una fortaleza durante su trayectoria política: saber esperar. Con esa paciencia se mueve como tiburón por los meandros del poder. Socio de todos, está bien conectado con el poder económico, con la justicia, con los mercados, con los medios, con Washington. Pero tiene un yunque que lo hunde sin clemencia: es ministro de Economía en un país con una inflación vertiginosa.

A una semana de la segunda vuelta de las elecciones generales, Massa hizo gala de una solvencia dialéctica y una calculada compostura durante el último debate presidencial que disputó el domingo con su rival, el líder de la fuerza La Libertad Avanza (ultraderecha), Javier Milei. El tono mesurado, el gesto contenido y el dominio estoico de la escena reforzaron la imagen de un hombre de Estado preparado para tomar las riendas del poder.

Conocedor de las palancas políticas que se esconden bajo la superficie, el ministro de Economía suscita un interrogante sobre el papel que habría tenido para aupar a su rival. El funcionario financió al propio Milei para esmerilar el caudal electoral de la alianza opositora que encumbró al expresidente Mauricio Macri (2015-2019), Juntos por el Cambio, y asegurar así la hegemonía del peronismo, según afirma públicamente el abogado y financista Carlos Maslatón, sostén del ultraderechista hasta que viró su respaldo hacia Massa, quien lo invitó incluso al debate presidencial.

Olfateador nato

«Massa viene haciendo un camino en el que ha ido construyendo hitos de gestión, no sé si eficientes, pero sí efectivos desde distintos cargos y a distintos niveles de Gobierno para construirse a sí mismo como figura presidencial», plantea en diálogo con la Agencia Sputnik la politóloga Analía Orr, docente en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, en la provincia de Chubut (sur).

En los años 80, Massa se arrimó a la Unión de Centro Democrático (Ucede), un partido conservador liberal que apoyó al expresidente Carlos Menem (1989-1999).

«A pesar de que se le cuestiona su origen con la Ucedé y sus desplazamientos ideológicos, en ese momento el peronismo estaba asentado en una versión asociada al neoliberalismo», contextualiza Orr, integrante de la Red de Politólogas.

En los 90 abrazó el peronismo. Y en los 2000 se enlazó a Malena Galmarini, hija de un dirigente menemista con quien, además de casarse, gestó una sociedad política.

Tras ganar en 1999 sus primeras elecciones como diputado provincial, Massa fue designado por el expresidente Eduardo Duhalde (2002-2003) como director de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), cargo que mantuvo durante el Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007).

Tras ejercer entre 2008 y 2009 como jefe de gabinete en el Gobierno de Cristina Fernández (2007-2015) en reemplazo del hoy presidente Alberto Fernández, Massa retomó la alcaldía de Tigre, territorio desde el que preparó su proyección nacional. Corría el año 2013, y el funcionario pensó que era un buen momento para terminar su carrera de abogado.

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Ya graduado, Massa salió a confrontar con el kirchnerismo del que había sido parte. Con su propio partido, el Frente Renovador, se impuso en las elecciones legislativas de 2013 en la provincia de Buenos Aires (este), bastión del peronismo en donde vive el 37 por ciento del padrón electoral.

Con estas credenciales, Massa entendió que había llegado el momento de catapultarse como líder de la oposición peronista al kirchnerismo. Le ganó de mano Macri, un contrincante más acérrimo todavía en su antagonismo con la entonces presidenta, Cristina Fernández.

Tras quedar tercero en aquella convocatoria electoral, Massa bajó su perfil y se arrimó con sigilo al entonces mandatario, centro del poder que él codiciaba. En 2019, ante un Macri cada vez más debilitado, optó por reconciliarse con el kirchnerismo, cuando la actual vicepresidenta pensó en Alberto Fernández para encabezar un Gobierno de unidad peronista.

Massa sostuvo aquel pacto de a tres que lo colocó tercero en la línea sucesoria presidencial, por detrás de los Fernández, al ser designado presidente de la Cámara de Diputados,.

A juicio de Orr, este devenir del funcionario lo coloca como «un político pragmático pero no mercenario, porque sus desplazamientos, pese a lo que a veces se le critica, no son en un rango tan extenso como para pensar en alguien que se acomoda».

La politóloga sostiene que Massa «tiene sus coordenadas, que van coincidiendo con la trayectoria del desplazamiento del peronismo, que también fue muy amplia». Y añade: «Es difícil ser un peronista consecuente, porque significa aceptar todos estos desplazamientos».

Trampolín resbaladizo

El órdago de este funcionario de 51 años llegó en julio de 2022, cuando asumió el Ministerio de Economía como paso previo a su postulación presidencial, aunque no lo reconociera por entonces.

Delante tenía un desbarajuste económico, el peso de una inflación que no tardaría en acelerarse, y el ancla que suponía un acuerdo vigente con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para refinanciar un préstamo de 44.000 millones de dólares otorgado al Gobierno de Macri.

Por más de que hoy es el principal rostro del Ejecutivo ante un presidente casi borrado de la escena, Massa «tiene como gran rival a la inflación, que le recuerda todo el día a la gente que él es el responsable de esa situación que lleva a que una persona con su salario cada vez compre cada vez menos», recuerda la politóloga.

Un día después de su derrota en las elecciones primarias del 13 de agosto, Massa devaluó de sopetón 22 por ciento la moneda oficial a instancias del FMI, lo que aceleró la espiral de precios y deterioró aún más el poder adquisitivo, en retroceso desde 2011.

Tras aquel volantazo contraproducente para sus aspiraciones presidenciales, Massa promovió la quita de una serie de impuestos pero sin desairar al Fondo, que lo exhortaba a realizar un ajuste. Y ese recorte lo llevó adelante: entre enero y octubre, Massa bajó el gasto público 4,3 por ciento en términos reales.

El referente de la coalición oficialista Unión por la Patria se embandera ahora en un proyecto «que hace foco en la producción, en el desarrollo del mundo del trabajo, lo que a veces suena un poco extemporáneo cuando sabemos que gran parte del trabajo en Argentina es informal», observa Orr.

Pero no hay lema de campaña que opaque la pobreza, que superó el 40 por ciento, ni el Índice de Precios al Consumidor (IPC), que alcanzó los dos dígitos en agosto y septiembre, en las peores mediciones que se recuerdan desde hace dos décadas, aunque en octubre se ralentizó al 8,3 por ciento.

Massa es consciente de que muchos de los votos que recibirá no serán adhesiones convencidas, sino apoyos puntuales que esperan evitar la victoria de su contrincante de ultraderecha. La incógnita de si serán suficientes o no se despeja este domingo 19, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. (Sputnik)

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