Esa mañana, apenas comenzando la ascensión hacia el piso 72, donde hacía la limpieza de los enormes ventanales, fue percibiendo una extraña sensación que paulatinamente se apoderó de nervios y músculos como si fuera un presagio.
Ya colgado en las alturas, su estado cambió de súbito.
Como si estuviera enchufado a una toma de corriente, se sintió invencible y feliz. Escuchó que estaba tarareando Eleonor Rigby, y se compadeció del gentío que allá abajo deambulaba por la vida sin saber adónde ir. Eran las 8 y 45 am. A lo lejos, en el reflejo de los vidrios recién lavados, apareció algo inusual. Una colosal bola plateada avanzaba hacia él. Con una determinación instintiva, el clandestino Donald García Fuensalida desenvainó el revólver y vació el tambor produciendo las primeras detonaciones de aquel día. Nadie nunca se enteraría del heroico gesto de aquel ignorado lavador de vidrios, quien, en todo el imperio, fue el único que combatió a los invasores del 11 de septiembre.
(*) Enrique Uribe Carreño, profesor de lengua y civilización hispanoamericana, Universidad de Estrasburgo (Francia). Contacto: enrique.uribe@unistra.fr
Este premeditado ataque fue toda una conspiración encubierta, para derribar viejas construcciones y a la vez, crear una justificación más al enemigo en acecho. Igual o parecido sucedió con Hamás e Israel, los cuales, se precian de su sofisticación en defenderse. El pulso de los avances tecnológicos está en puertas y, algunos se atienen a su ya inútil techo de vidrio. Camarón que se duerme, amanece frito
Un ataque minuciosamente planificado. Un engaño más para la humanidad que lamentablemente, causó mucho sufrimiento a infinidad de familias. La maldad no tiene limites. Pero que rabia da con el silencio y la hipocresía de las mayorías.