Mi prólogo al libro «Talamanca mágica», que acaba de publicarse.
La vida suele cobrar sentido con el transcurso de los años. Hechos aparentemente aislados pueden concatenarse hasta llegar a proporcionar un significado mayor a aventuras, andanzas y acciones que marcan senderos de la existencia humana. Eso acontece al culto espartano Carlos Borge Alvarado con sus estancias y visitas al corazón del país de Ara (sobrenombrado Talamanca por los españoles), en el transcurso de cuatro décadas y un lustro.
La muy trabajada y mejor lograda narración que el amable lector tiene ante sus ojos — de un lirismo mágico en sus pictóricas descripciones de la naturaleza — es un fascinante relato de su travesía vital a la entraña de la costarriqueñidad bribri, nación aborigen de unos diez mil compatriotas, la mitad de quienes están dispersos a lo largo y ancho de la República. Somos mestizos; en promedio, la herencia genética costarricense es 33,5% amerindia, 11,7% africana, 9,2% asiática y 45,6% europea.
En sus enriquecedoras observaciones sobre la cultura popular bribri — vibrante aún tras siglos de devastación — la mirada antropológica del autor discierne carices distintivos de nuestra forma de ser, tales como la libertad individual que llevamos a flor de piel, el respeto a la diversidad en la naturaleza y las personas, el arte de la convivencia positiva o la cultura de la paz y el entendimiento.
Todo lector puede enaltecer su vida con lecciones prácticas de nuestros hermanos bribris, recogidas con lucidez por el autor de esta hermosa relación. La sabiduría de vivir frugalmente con los recursos disponibles. El gozo de la sociabilidad familiar, amical y comunal. La estricta deferencia y consideración a los mayores. La solidaridad en el apoyo laboral recíproco. La laxidad del tiempo, o virtud costarricense de ‘saber llegar tarde’. La ideología agrícola que protege a la tierra de la destrucción. El ser humano como centro del cosmos, corazón del mundo y clímax del cambio. La búsqueda del equilibrio entre sentimientos y razones en el camino a la plenitud.
El ser humano habita el territorio actual de la República desde hace más de 12 000 años, sean unas 480 generaciones. Esa ingente acumulación de civilización y cultura constituye la Costa Rica profunda, despreciada, borrada y casi desconocida desde la conquista militar española. La mayoría de los costarricenses ignora ese pasado que se nos ha negado sistemáticamente a través de las centurias. Es un tesoro por descubrir para aprender a disfrutar una vida de más elevada calidad.
“Conócete a ti mismo”, reza el aforismo griego. Es en esta perspectiva que ojalá se aprecie la valía de este libro testimonial y edificante. Que la curiosidad por los vericuetos del recorrido a emprender sea pareja con un propósito de reflexión sobre las cuestiones esenciales: ¿Quiénes somos los costarricenses, de dónde venimos, hacia dónde vamos? Sin derrotero, nos movemos sin avanzar.
Nuestros hermanos bribris son sobrevivientes de una civilización milenaria y una unidad cultural difusa, cuyas comunidades interactuaban entre ellas y compartían un
sistema común de creencias. Forman parte de una región de naciones aborígenes vinculadas por el linaje de la lengua chibcha, que habitan desde la baja Centroamérica hasta el norte y centro de Colombia y el occidente de Venezuela. Hay sugestivos paralelos arqueológicos — conexiones y continuidades — entre ambas repúblicas.
Instituciones e investigadores de Colombia proponen que los muiscas — pueblos amerindios del centro de esa república — emigraron de Costa Rica y llevaron consigo la agricultura. La lingüística histórica sugiere que la lengua chibcha se originó en las proximidades del país de Ara y se difundió hacia el sur y el norte. La genética chibcha indica un origen autóctono antiguo para los grupos hablantes del chibcha en Costa Rica y Panamá.
“En el altiplano de Cundinamarca y Boyacá, en los cañones de los ríos de Santander, en las gélidas alturas de las Sierras Nevada del Cocuy, Santa Marta y Mérida, y en los bosques de Urabá, los chibchas de Colombia y Venezuela conservaron en sus leyendas y mitos el recuerdo de su tierra ancestral de Costa Rica”, han escrito una arqueóloga y un antropólogo colombianos.
Un acierto de los editores es ilustrar estas palabras prologales con la imagen de un puente. Este libro es una plataforma, rampa o propileo que nos introduce a la Costa Rica profunda, raigambre de la patria en devenir. En territorio y población, la Grecia Clásica y la Confederación Helvética no han sido mayores que nosotros y, sin embargo, marcaron los destinos de la humanidad. Un conocimiento científico más amplio de la región chibcha y su identidad cultural será útil para contrarrestar la negación del pasado común de naciones vecinas, cuyas dimensiones se reconocerán comparables a las de aztecas, incas o mayas.
Que Tatica Dios le pague a Carlos Borge Alvarado por compartir la trayectoria de su vida con nosotros.
(*) Armando Vargas Araya es Periodista y Escritor